Ya estamos un año más en Navidad, una fiesta con las que he tenido siempre una relación de amor-odio a lo largo de toda mi vida.
De nano se podría decir que sí que me gustaban, y además mucho. Supongo que de pequeño me hacía mucha ilusión esta época, aparte de porque las vacaciones escolares eran un chollazo, porque se reunía toda mi familia y estaba con mis primos, a los que sino llegaba a ser por estas fiestas, veía bastante poco.
Además era también la época de la ilusión por los Reyes Magos (en mi casa Papá Noel no entraba), y toda la parafernalia de la cabalgata del 5 de enero me encantaba.
Las vivía pues, como un crío, y las disfrutaba como tal. Montando el árbol y el belén con mi hermana. Iluminándolo todo con las luces y poniendo la casa de espumillón hasta arriba. Porque además, todo ese mundo multicolor asociado a la Navidad, me encantaba.
Pero el tiempo pasa, y tu familia comienza a reducirse (ay, esos abuelos que se van…) y entonces maduras de golpe. Además coincide en la época de la adolescencia y el mundo se abre a tus pies. Cambios hormonales…la homosexualidad…te das cuenta de que eres “diferente” y hay algo en las Navidades que te lo recuerda, y son las fiestas de Nochevieja a las que tú, básicamente, no vas. Más que nada porque en realidad, no sales. Porque sí, yo pasé una etapa chunga en la que me quedé sin amigos cuando más necesitaba tenerlos. Y es que te das cuenta de que lo que te gustan son los chicos, cuando a tu alrededor a todos le gustan las chicas. Una época en la que tus amigos salen de fiesta, de discoteca, a ligar y a ti como no te gusta ese rollo (no te gustan las tías en realidad) prefieres quedarte en casa. Y una vez puede, pero si a la segunda o tercera das excusas, al final pasan de ti. Y finalmente te quedas sin amigos, claro.
En esa época dejó de gustarme la Navidad. En realidad las fiestas eran iguales, sólo me daba el bajón en Nochevieja por lo que he comentado, pero una cosa llevaba a la otra. Además, ese carácter de mala leche que se me ponía (enfadado con el mundo, supongo, por ser tan “raro”) hacía que discutiese mucho en familia. Pero era Navidad y eso no podía ser, claro. Y entonces te das cuenta la falsedad que va unida a toda esta fiesta. Falsedad y mucha hipocresía también. Y empiezas a desencantarte de ese mundo de lucecitas…
La siguiente etapa sucedió ya años después. Empecé a abrir horizontes, nuevos amigos, nueva vida y eso coincidió con que en mi familia llegaron los sobrinos. Fue entonces cuando volví a vivir otra vez la fiesta de las Navidades como antaño, a través de los ojos de los pequeños de la casa. Se me quitó la mala leche, salía en Nochevieja, y aunque mis fiestas siempre fueron las más surrealistas, me empecé a dar cuenta de que ser “diferente” no era malo, solo que tenía que dejar de compararme con el resto de lo que era la sociedad y vivir las Navidades (y el resto de mi existencia) a mi manera. Fue una mezcla de las dos etapas anteriores y durante muchos años las disfruté así.
Después vino mi etapa en pareja, esta ya mucho más estable. Por circunstancias, de las dos semanas de Navidad, mi pareja pasaba conmigo sólo una de las dos, pero las disfrutaba al máximo. Incluso yo le contagié a él la ilusión por adornar la casa con los cachivaches navideños y en cierta forma, al igual que mis sobrinos me ayudaron a mí en ese sentido, yo le ayudé a él a vivir con más alegría estos días. Nuestras Nocheviejas eran supercaseras, y aunque no eran unos fiestones ni nada, el pasarlo con tu pareja y pocos amigos más, a mí me parecía perfecto.
Sin embargo, aquello acabó. Los sobrinos crecieron. La familia comenzó a expandirse y en ella no a todos soportas… y vuelve la Navidad a tu vida. Y te reúnes con familiares que a pesar de vivir a dos manzanas de tu casa, en el día a día ni los llamas ni los ves, pero en Navidad parece que es obligatorio sonreír y hacer como si no pasase nada. Como si fuese la familia más unida del mundo. Aunque no lo sea. Y tienes que aguantarte. Y luego llega Nochevieja, el día en que parece que haya que hacer algo, sí o sí. Aunque no te apetezca. Y llega un momento en que te plantas y no sales. De hecho, el año pasado es lo que hice. no salir. A familiares les dije que había quedado con amigos, y a amigos les dije que había quedado con familiares (para que no se preocupasen, claro). Y no pasó nada. Porque si lo piensas bien es un día normal.
Como todos los de la Navidad.
Si por mí fuese, pasaría del día del sorteo al día de Reyes y punto. Pero habrá que aguantarse y poner buena cara, porque igual, el día de mañana, las Navidades me vuelven a conquistar como antes, y entonces, sólo entonces, las volveré a disfrutar.
(Aún así, felices fiestas).
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